lunes, 25 de julio de 2011

* Un café con la muerte

Sentada en la acera esa madrugada garabateaba versos en una servilleta mientras esperaba que el humeante contenido de un pequeño vasito de plástico alcanzara una temperatura tomable, negro como la noche y quemante como la angustia que latía en cada rostro circundante, batallaba contra la fría madrugada aquel café caliente.
Eché un ojo a mí alrededor, sin mayor pretensión que extinguir minutos hasta el amanecer. De pronto, la fila de minutos marchantes parecía detenerse, cada molécula en el espacio se detuvo como congelada. Yapareció con cierto aire de elegancia, pasando revista, prepotente, la muerte.
Se paseaba lentamente entre los grupos de personas que esa noche pernoctaban a la entrada del hospital esperando anhelantes noticias de sus afectos internados. Todas las esperanzas, todas las lagrimas, todo el amor pisoteado por la angustia y el sufrimiento se dirigía a aquella puerta cerrada esperando.
Se detenía junto a cada uno mientras revisaba meticulosamente la lista que llevaba en su pálida mano, llamó su atención aquella anciana que lloraba en silencio apretando entre sus manos temblorosas un pañuelo arrugado, apretaba también en su corazón todo el dolor que silencioso le quemaba.
La vi acercarse a ella vacilante, mientras al fin podía dar un sorbo a mi café. De pronto la anciana levantó sus ojos grises de sombras pasadas, casi ciegos y sin embargo logró ver a la muerte de pie frente a ella revisando su listado, pensativa. Era el mismo nombre, pero la edad no parecía coincidir con la de aquella anciana que sus latidos contuvo ante su imagen espeluznante. Amelia era su nombre, pero en la lista decía tener 3 años. En seguida la muerte se percató que la anciana era la abuela de la niña que buscaba y volteó su mirada hacia la puerta del hospital.
-¡No! - exclamó la anciana al percatarse de que la muerte buscaba a su pequeña nieta internada aquella noche en el hospital -. ¡A mi niña no! ¡No te la lleves por favor! - le increpaba tomándola fuertemente por su huesudo brazo-. ¡Llévame a mí!
La muerte desconcertada por la actitud de aquella mujer que parecía no temerle en lo absoluto le respondió con cierto tono burlesco:
- Amelia, sabes que no puedo. La lista es precisa, no puedo hacer nada por ti. Mira - señalando con su dedo quebradizo la línea-, dice claramente: Amelia Castro - 3 años - Fallecida. Mientras sonaba en la habitación de la niña el nefasto “beep” prolongado que avisaba su muerte.
El corazón de la anciana dio un vuelco. Rápidamente, casi sin pensar, arrancó de las manos de la muerte el listado. Miró a su alrededor y desesperada corrió hacia a mí como poseída, me arrebató el bolígrafo y escribió algo en el papel que con determinación le entregó a la muerte, mirándola fijamente.
La muerte miró de nuevo su listado y soltó una carcajada escalofriante y en ese instante la anciana cayó muerta a mis pies. Mientras en la habitación el beep mortal comenzó a sonar intermitente anunciando que los signos vitales de la niña volvían, “beep, beep, beep…”.
-¡La niña vive! - exclamo el doctor.
Mientras observaba consternada que recogían el cuerpo sin vida de la anciana, la muerte se sentó a mi lado y tomó un sorbo de mi café ya helado.
-Lo prefiero frio - exclamó mientras dejaba ver con desdén el listado en su mano: Amelia Castro - 63 años - Fallecida.